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Tecnologia

La tela de jean cumple hoy 150 años y suma tecnología para reducir su impacto ambiental

Cuando se habla de tecnología aplicada a la ropa se suele pensar en géneros diseñados para repeler el agua, o para secarse más rápido, o incluso para no mancharse o arrugarse. La ropa deportiva es la que suele estar más ligada a este tipo de funcionalidades, pero no siempre fue así. Hay algo de tecnología en casi toda la ropa que usamos, y más aún si hablamos de la prenda más popular de la historia: los jeans. “Tienen modestia, expresión, atractivo sexual y simplicidad”, dijo el modista Yves Saint Laurent. Los antropólogos creen que la mitad de la población los utiliza en algún momento del día; y el estadounidense promedio posee siete, uno para cada día de la semana, y compra alrededor de cuatro por año ¿Pero cómo pasó de ser un género destinado a fabricar ropa de trabajo a un ítem infaltable en cualquier placard?

Los verdaderos jeans están hechos de algodón, uno de los cultivos más antiguos de la humanidad. Dominada por el humano desde aproximadamente el 3500 a.C., la “lana vegetal” se cultiva de a millones de toneladas en el mundo. India, China y Estados Unidos son los mayores productores. El algodón se encuentra en los filtros de café, vendajes, pañales descartables y hasta en el papel moneda: el 75% de los billetes de dólar están hechos con algodón, y el 25% restante con lino. Pero el uso más común es para la ropa, y aunque las fibras sintéticas están cada vez más presentes, el algodón predomina. Y los jeans son 100% algodón.

La construcción de la tela es bastante simple: una parte externa, hecha de dos o tres hilos, generalmente azules, tejidos juntos como uno solo; y una cara interior, hecha de un hilo blanco, que le da al tejido su característico efecto tridimensional. Se supone que la tela denim fue desarrollada en la ciudad de Nimes (de ahí el nombre denim, De Nimes), en Francia. A los Estados Unidos llegó a las fábricas textiles de Manchester, en New Hampshire, durante el siglo XIX. No hay fechas exactas, salvo una muy especial: el 20 de mayo de 1873, el día en el que el primer blue jean recibió la patente #139121, y Levi Strauss -un inmigrante nacido en Baviera e instalado en San Francisco- transformó su apellido en marca.

El diseño original del pantalón pertenecía a Jacob Davis, un sastre que le había pedido ayuda a Strauss para producir en masa pantalones de trabajo para mineros, agricultores y peones. Davis no tenía dinero para pagar la tarifa de patentes (la considerable suma de 68 dólares de ese entonces), por lo que Strauss se hizo cargo para que ambos la compartieran. Solicitó la patente en dos colores: crudo y azul, siempre con los remaches de cobre para reforzar las costuras, y el diseño de cuatro bolsillos. “Los primeros pantalones de jean eran de una sarga abierta, poco estable, y por ese motivo las costuras se abrían al cargar las herramientas de los trabajadores en los bolsillos”, explica Verónica Fourcade, diseñadora de indumentaria experta en jeanswear y creadora de Jungledenim. “Fue entonces cuando él y su socio crearon la doble costura y los remaches para asegurarlas”, agrega.

Los jeans 501 -llamados así por su número de lote y que cumplen 150 años hoy- prácticamente no tuvieron modificaciones desde entonces. “Se confeccionaban con la tela tal como salía de telar: rígida, poco flexible, con ese color azul profundo único del azul índigo, con las dobles costuras para otorgar robustez y resistencia a la prenda, y así las vestían las personas”, dice Fourcade. Había que usarlos meses o años para que tomen la forma deseada. En aquel momento tenían botones para los tiradores en lugar de las actuales presillas. No tenían cierre relámpago, sino un botón, y cuatro bolsillos: tres delanteros (incluido el pequeño, para el reloj) y otro detrás. El quinto se agregó en 1901.

Tecnología para reducir el impacto ambiental
Con la evolución del mercado y los nuevos usos que se le daba a los jeans en el sector de la moda, la industria se encontró con la necesidad de buscar nuevas variantes. “Se empezó a experimentar con lavados de manera artesanal y se creó el lavado a la piedra: agua, lavadora y piedra pómez”, cuenta Fourcade. La evolución tecnológica hizo posible desarrollar tejidos más livianos, elásticos y confortables, pero con la mayor conciencia sobre el cuidado del medioambiente aparecieron también las críticas.

“Los vaqueros representan todo lo que es bueno, malo e incorrecto en la moda”, dice la escritora Dana Thomas en su libro Fashionopolis (Editorial Superflua). Hace referencia a los pesticidas e insecticidas que se utilizan en la producción del cultivo, y al agua que el algodón consume durante el cultivo. Los números concretos le dan la razón: cultivar un kilo de algodón requiere 10.000 litros de agua, y procesarlo aproximadamente 20.000. Si a eso se le suma el uso del índigo sintético en lugar del natural, y el auge de la moda rápida, poco hay para hacer con la mala fama de la industria textil.

En la actualidad los procesos evolucionaron en cada uno de los eslabones de la producción. Santista, una de las empresas líderes en la fabricación de denim de la Argentina, asumió hace varios años su compromiso con la producción sustentable con su programa Good Denim: utilizan algodón certificado sustentable, tejidos con hasta un 9% de fibra de algodón recuperada, encolantes biodegradables que disminuyen el uso de enzimas y detergentes, telares con mayor eficiencia energética (-20% de consumo), cero uso de anilinas, reducción del uso de agua y una planta de tratamiento de efluentes para una eficiente depuración del agua. Eso también es tecnología. “Nuestro trabajo en pos de una industria textil sustentable es diario e ininterrumpido: pensamos a largo plazo, lo que significa valorar nuestros recursos y apostar por un futuro mejor para todos”, comenta Marcelo Arabolza, CEO de la empresa.

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