Donde el talón se une a la bota de la península italiana, a orillas del mar Jónico, se encuentra la antigua ciudad de Tarento.
Fundada por los espartanos en el año 706 a.C., la ciudad es más antigua que Roma y, según la mitología griega, la historia de su origen incluye ninfas, guerras, hijos de dioses y delfines. Muchos delfines.
“El delfín se convierte en una especie de animal totémico de la ciudad, como si fuera el animal protector. No sólo simbólico, sino realmente protector de la ciudad, vinculado al mito fundacional”, explica Giovanni Pietro Marinò, arqueólogo del MArTA, el museo arqueológico de Tarento.
Los delfines abundan tanto en la historia de la ciudad como en sus aguas. Pero a pesar de ser el símbolo de la ciudad, no fue hasta principios de la década de 2000 cuando el biólogo marino Roberto Carlucci, de la Universidad de Bari, empezó a preguntarse cuántos existen, dónde se aparean y alimentan, y cómo sobreviven en una ciudad dominada en el último siglo por una industria contaminante.
La ciudad sigue visiblemente marcada por su reciente pasado industrial: sus gigantescas estructuras se ciernen sobre el horizonte. Durante años, los residentes no salían de sus casas en los días de viento para evitar la contaminación atmosférica que entraba en la ciudad. Sin embargo, la región cuenta con una vida marina única y floreciente.
“Es como un puzzle que se va enriqueciendo a medida que aumentan las piezas”, dice Carlucci.
Los delfines aparecen a menudo en la mitología griega y romana como criaturas marinas benévolas, protectoras de los marineros, y están relacionados con el dios Apolo. En el siglo III a.C., Tarento era lo bastante rica y poderosa como para acuñar sus propias monedas. Taras, hijo del dios del mar Poseidón, aparece montado en un delfín en la cara de la moneda, para identificar su procedencia.
En los días buenos, todavía se pueden ver delfines desde el antiguo paseo marítimo de Tarento, acercándose a la ciudad por curiosidad o persiguiendo comida.
Estudios recientes han demostrado, mediante secuenciación genética, que los delfines listados del golfo tienen características genéticas únicas que no se encuentran en otras partes del Mediterráneo. Esto sugiere que los delfines que se ven hoy podrían ser descendientes de los que vieron los antiguos griegos.
“Estos delfines llevan Tarento escrito en su ADN”, afirma Cristiana De Leonardis, bióloga marina de Jonian Dolphin Conservation.
Tras más de una década de inspecciones en algunas zonas del Golfo de Tarento, los investigadores de la organización de conservación identificaron seis especies de cetáceos: los delfines tornillo (que también constituyen la población más numerosa, estimada en unos 20 000 individuos), los delfines mulares y comunes, el delfín gris y el raro zifio o ballenato de Cuvier. Los cachalotes utilizan la zona como lugar de cría y los investigadores también han avistado ocasionalmente rorcuales comunes.
Desde que comenzó la vigilancia hace 15 años, la población de delfines se ha mantenido estable, y la clave de su supervivencia podría estar oculta a miles de metros bajo la superficie del mar.
A pocos kilómetros de la costa de Tarento, entre Apulia y Calabria, un cañón submarino llamado valle de Tarento alcanza los 1500 metros en su punto más bajo. El cañón es un hábitat activo para los cefalópodos, de los que se alimentan los cachalotes. Sus empinadas laderas también mezclan verticalmente aguas cálidas cercanas a la superficie con aguas frías más profundas ricas en nutrientes, lo que impulsa la producción de fitoplancton en la base de la cadena alimentaria.
En un ecosistema bien equilibrado, el fitoplancton sustenta una amplia gama de criaturas marinas como gambas, caracoles y medusas, que alimentan a los peces de los que dependen los delfines para alimentarse. Dado que la población de delfines de Tarento ha empezado a controlarse recientemente, no está claro cómo ha afectado el hombre a su supervivencia a lo largo de los siglos en que ambas especies han convivido. Pero los científicos creen que la singular geografía del cañón proporciona una fuente constante de alimento que ayuda a la población de delfines a adaptarse a otros factores de estrés como la contaminación o las colisiones con embarcaciones.
Más de la mitad de los delfines y ballenas del Mediterráneo están amenazados de extinción, lo que convierte al golfo de esta ciudad industrial en un sorprendente refugio marino.