La protesta de los transportistas no es una simple pataleta; es un llamado a la acción ante un sistema que los ahoga, que oprime no solo al sector transporte, sino a toda la sociedad. Su lucha es legítima. Los costos se disparan, las reglas son cada vez más opresivas y el crimen organizado extiende sus tentáculos con mayor fuerza. Aun así, los transportistas están solos en la carretera, luchando por un cambio que nos beneficia a todos.
En un país donde todos dependemos de la cadena de suministro, ¿cómo es posible que esta lucha no haya recibido el apoyo activo de más sectores? Claro, muchos se identifican con el fondo de la protesta, con la razón detrás del paro, pero esa empatía no ha cruzado el umbral de la acción. Hay una identificación pasiva, una comprensión silenciosa, pero el apoyo real, el que se siente en las calles, está ausente.
Este paro no solo ha impactado el transporte; ha dejado al descubierto un nivel profundo de indignación hacia el Congreso y el Ejecutivo. La gente ya no confía en sus líderes, y este evento ha sido un catalizador de esa desconfianza latente. La inacción del gobierno, la incapacidad de responder de manera efectiva, ha mostrado una vez más que el país está a la deriva, con políticos más preocupados por las cámaras de televisión que por resolver los problemas de fondo.
Y aquí es donde radica el verdadero peligro. En vez de enfrentar el crimen organizado con inteligencia y planificación, se siguen promoviendo soluciones efectistas para calmar a la opinión pública. Pero el pueblo ya no se deja engañar: sabe que la delincuencia no se derrota con gestos simbólicos, sino con medidas estructurales. ¿Dónde están las acciones concretas? ¿Cuándo empezaremos a ver resultados reales?
El Perú está viendo cómo el crimen organizado extiende sus garras, con una presencia territorial cada vez mayor. No podemos ignorar los espejos cercanos de México y Ecuador, donde la delincuencia ha alcanzado niveles alarmantes. En esos países, los cárteles son una fuerza casi imparable, y el poder de fuego que ostentan deja a los gobiernos maniatados.
Pero hay algo diferente en el Perú: aunque el crimen organizado aquí ha importado modelos extranjeros, los delincuentes locales, en su mayoría, no han alcanzado el nivel de crueldad ni la organización de sus contrapartes en México. Esto nos da una ventaja. Aunque el enemigo crece, aún es identificable. Hay una oportunidad real de erradicar estas redes, de detener su avance antes de que sea demasiado tarde.
Además, la participación activa de grupos extranjeros, como las bandas venezolanas, aunque preocupante, también ofrece una ventaja: sus movimientos son más fácilmente detectables y controlables. Si actuamos con firmeza y decisión, es posible desarticular estas estructuras antes de que se conviertan en una amenaza insuperable.
Es indignante que, en medio de una crisis tan grave, los expertos en seguridad y crimen organizado estén siendo ignorados. Son ellos los que tienen las soluciones a largo plazo, pero en lugar de aprovechar su conocimiento, los políticos prefieren optar por medidas para la televisión, soluciones rápidas que no abordan el corazón del problema.
El país no necesita más espectáculos mediáticos. Necesita expertos que guíen las políticas de seguridad, que implementen estrategias bien pensadas y sostenibles. Es hora de convocar a las mentes más brillantes del país, de dejar que los verdaderos conocedores tomen las riendas de esta batalla antes de que el crimen organizado se salga de control.
El paro de transportistas ha sido un toque de alerta, un recordatorio de que la lucha contra el crimen, la corrupción y la ineficacia política no puede depender de unos pocos. La sociedad entera debe despertar, dejar de ser espectadora pasiva y convertirse en parte activa del cambio. La oportunidad para derrotar al crimen organizado está aquí, pero no durará para siempre.
Es hora de que el Perú exija soluciones reales, concretas, y deje atrás las medidas superficiales que solo buscan apaciguar a la opinión pública. Si no lo hacemos, pronto nos encontraremos mirando al espejo de México y Ecuador, lamentándonos por lo que pudo haber sido.