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Puede resultar frívolo decir que en Buenos Aires –con la inflación ya encaminada hacia el 200% y familias de tres o cuatro hijos durmiendo en las aceras– uno puede pasárselo bastante bien. Pero las quejas de algunos visitantes extranjeros que llegan a Buenos Aires no dejan de ser un poco hipócritas. Sobre todo cuando se trata de quienes comentan, ya con entusiasmo, las expectativas para el nuevo gobierno de Javier Milei, que tomará posesión hoy.

Andrés Oppenheimer, por ejemplo, veterano columnista del Miami Herald : “Tuve que pagar por mis comidas con enormes fajones de 100 pesos”, se lamentó tras visitar la capital argentina para promocionar su libro Cómo salir del pozo . “Una cena para dos costó 35.000 pesos, unos 35 dólares al cambio del mercado negro”.

Quien tenga dólares –no es el caso de la mayoría de argentinos– puede pasárselo pipa en Buenos Aires

“Al fin de nuestra cena en un restaurante chic peruano, mis tíos irlandeses hicieron gestos de asombro al fotografiar el montón de billetes necesario para pagar los 90 dólares”, comenta una periodista del Financial Times . “Me moría de vergüenza”.

Lo cierto es que hay una solución fácil para quienes tienen vergüenza al pagar la cena con fajones de billetes: usar la tarjeta de crédito. Aunque el banco aplique el cambio oficial de 450 pesos por dólar, no será excesivamente caro para un turista, y menos un columnista bien remunerado de un medio internacional. Y aún lo será menos la semana próxima, cuando el nuevo gobierno baje la tasa oficial a 650, según vaticinó el ministro del Interior Guillermo Francos.

Cafeteria Las Violetas en Buenos Aires

Cafeteria Las Violetas en Buenos Aires© Propias

En el restaurante Chiquilín, por ejemplo, en la calle Montevideo, pagué la cena con una tarjeta visa –primer plato de buñuelos de espinacas, segundo tira de asado con una copa de vino Malbec de Mendoza–. Salió a diez euros, según el cambio aplicado por CaixaBank. El Chiquilín estaba atestado de gente variopinta, incluso a la una de la madrugada. Había bastantes turistas y otros locales que gastaban los pesos que les quedaban antes de la próxima fase de la devaluación y la inevitable subida de la inflación.

Pasaba lo mismo en el modernista Club Español, en la avenida 9 de Julio, con su inmenso cuadro de la batalla de Lepanto, o en otros restaurantes cercanos, como el Imparcial o El Globo, tan auténticamente españoles que ya habrían cerrado en España para ser sustituidos por un gastrobar.

Los turistas, muchos brasileños, llegan en masa a la calle Corrientes con sus pizzerías y teatros –donde Milei actuaba de cómico stand-up – para aprovechar el peso barato. Quien tenga dólares puede pasárselo pipa en Buenos Aires.

El problema real es para los argentinos que no tienen dólares, es decir, la gran mayoría. El salario medio se sitúa en un montante en pesos equivalente a 331 dólares, seis veces menos que durante el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) o de Cristina Fernández Kirchner (2007-2015). Esto es el salario nominal. Si se tiene en cuenta la inflación de tres dígitos, se puede entender que el poder adquisitivo del argentino medio cae en picado. Dicho de otra manera, este es el peor momento para enfrentarse a un ajuste de manual de la Escuela de Chicago.

Muchos argentinos de clase media que votaron a Milei quieren que el libertario acabe con el vicio inflacionista mediante un megaajuste que recorte las subvenciones a los pobres, al transporte, a la sanidad, a la educación y los combustibles. Pero pocos han asimilado lo que Milei jamás ha ocultado. La primera fase del ajuste supondrá una aceleración de la inflación conforme se devalúa el peso en una liberalización plena de la tasa de cambio.

Por miedo a provocar disturbios, “no creo que Milei se atreva a recortar las subvenciones a los más pobres en estos momentos, por lo cual el peso del ajuste recaerá más en las clases medias bajas debido a la subida de los precios”, dijo un veterano periodista en Buenos Aires. Esos son precisamente los que han votado a Milei.

Todos en Buenos Aires dan por hecho que el lunes el peso oficial se devaluará un 40%. Esto se traducirá en una subida disparada de precios. Ya está ocurriendo. Los supermercados ya preparan un aumento inminente del 30 o del 35%. La gasolina acaba de subir el 15%. Esto es solo el inicio. “La yerba mate aumentó el 35%, la harina lo mismo, de 35% a 40%, o sea una barbaridad”, dijo el presidente de la federación de almaceneros en Buenos Aires en una entrevista a La Nación .

El saliente gobierno de centroizquierda de Alberto Fernández ya eliminó los controles sobre precios e intentó proteger el poder adquisitivo del argentino medio, mediante un complejo sistema de múltiples tasas de cambio y una deprecación gradual, aunque el FMI quería más. Milei va a acelerarlo todo y el resultado paradójico será que la primera fase del ajuste antiinflacionista va a ser de precios disparados.

Con la otra mano del ajuste libertario, Milei pretende realizar un recorte del gasto público del 3% del PIB que provocará un frenazo de la economía y la destrucción del empleo. No será el ajuste de “motosierra” que el libertario de ultraderecha anunciaba en la campaña cuando llegó a decir que el recorte sería de 15 puntos del PIB. Milei, en la presidencia, no es el provocador que era.

Pero, coincidente con la subida de la inflación, el resultado será una crisis social más grave que la que hay. El periodo de ajuste y estanflación puede durar seis meses, hasta un año. Tal vez, la contundente victoria de Milei reducirá la capacidad de acción de los sindicatos y los famosos piqueteros. Algunos en Buenos Aires citan a Perón: “La víscera más sensible del ser humano es el bolsillo”.

Por supuesto, aquellas quejas por los molestos fajones de billetes en los influyentes medios internacionales tienen un objetivo. Son el preámbulo para aplaudir la llegada a la presidencia de Milei, ya normalizado en la narrativa global e incorporado al mainstream tras su pacto con el expresidente Macri. “Milei es un pragmático”, afirmó Oppenheimer. A partir de ahora, los locos, extremistas y radicales no serán los libertarios de Milei, sino los que protestan contra su ajuste.

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