La gente ha separado su opinión sobre AMLO de la opinión que tiene de su trabajo, por lo que sigue dispuesta a darle su voto de confianza y, quizá lo más importante, el voto a su partido (Morena) en las próximas elecciones de junio.
Ante esto, los tres grandes partidos de la transición democrática mexicana, hoy en la oposición, parecen estar atrapados en una especie de abulia crónica. Para salir de ella, hay analistas que señalan que esos partidos deberían hacer una renovación absoluta de cuadros dirigentes y perfiles de candidatos, criticando que en las listas al Congreso y a gubernaturas hayan puesto a muchos de los mismos que causaron su debacle electoral en 2018, cuando AMLO y Morena arrasaron.
Otros consideran que la oposición no está aprovechando al máximo los enormes errores de la gestión presidencial, y que una comunicación más agresiva les ayudaría a lograr que el electorado “se dé cuenta” del desastre. Yo ya había señalado los cinco retos que la alianza entre los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD) tendría que superar si quería recuperar la atención y la confianza de la sociedad.
Parecería que, en el camino a las elecciones de junio, tendremos que ir haciendo un recuento de los errores y carencias de la oposición y, al mismo tiempo, una lista de los aciertos propagandísticos del presidente y su alianza electoral, en una suerte de “crónica de una derrota anunciada”. Pero ese análisis se centraría en un solo lado de la ecuación política, el de la oferta, cuando el mercado de las campañas electorales también tiene un lado de la demanda. La pregunta importante de ese lado es: ¿Qué desean realmente los ciudadanos por parte de la oposición?
La respuesta debe ir más allá de las obviedades genéricas que la gente responde en las encuestas: mejorar la seguridad pública, el empleo, y la educación, candidatos con honestidad, o incluso el apoyo a causas concretas y valiosas, como los derechos de las mujeres. El problema para la oposición es que, aunque presentara propuestas sensatas en estos rubros, y aunque pusiera en la boleta a candidatos más o menos aceptables, el grave desgaste de las marcas PAN, PRD y PRI los seguiría dejando en desventaja ante AMLO y su populismo. Baste ver el caso del estado de Guerrero, donde un candidato impresentable como Félix Salgado Macedonio, que encarna los más bajos vicios de la clase política, se perfila todavía como favorito para la gubernatura, solo por contar con la bendición de AMLO.
“Hay que escuchar en serio a los ciudadanos”, dijo en una conferencia privada reciente Ana Gutiérrez, experta en análisis cualitativo, quien ha realizado ejercicios de grupos de enfoque con personas de diversas edades, sectores sociales y regiones del país. Los resultados confirman que el cemento emocional que une a la mayoría de los votantes con el presidente está hecho de una poderosa mezcla de resentimiento con esperanza. Resentimiento por una situación personal que se percibe como muy injusta, al ser comparada con lo que se juzga como privilegios indebidos de otros; y esperanza de que, de alguna manera, apoyar a AMLO permitirá cambiar rápidamente esa posición de desventaja relativa.
Ante esto, parecería obvio concluir que la oposición tendría que “rebasar al presidente por la izquierda” y ofrecer mejores programas sociales, ingreso básico universal, más impuestos a los más ricos, una agenda feminista y otras propuestas que podrían satisfacer el deseo de una sociedad más igualitaria.
Pero la evidencia sugiere que la ciudadanía expresa un deseo de igualdad más inclinado al castigo a “los de arriba”. Sabe que su situación personal o familiar no estará mejor en el corto plazo, así que no sirve de mucho dar estadísticas sobre el mal desempeño del gobierno. Lo que le resulta atractivo es escuchar todos los días a AMLO antagonizar retóricamente con las élites. Al verlo tomar decisiones como quitar pensiones a expresidentes, tratar de deshacerse del avión presidencial, despedir a miles de burócratas, cobrar impuestos a grandes compañías y cancelar becas de estudiantes al extranjero, mucha gente siente que está haciendo pagar a quienes han despreciado a “los de abajo”.
Esto, hasta ahora, les basta para sentir que, al fin, un presidente tiene la intención sincera de construir un país más parejo, lo que alimenta su esperanza. Se confirma así que el presidente cumple mediante su discurso con el arquetipo psicológico de “padre severo” (postulado por el lingüista George Lakoff), que “castiga” a los “hijos malos” (en este caso, las élites) y “premia” a los “hijos buenos” (el “pueblo”). Con ello, el presidente brinda a sus seguidores satisfacciones emocionales que ningún otro político puede ofrecer.
La oposición necesita todavía trabajar mucho para que los mexicanos que rechazan fuertemente las acciones de AMLO se movilicen a las urnas el día de la elección. Pero esos votos de castigo no serán suficientes para ganar. La oposición también tendrá que pelear para ganarse a un grupo clave de ciudadanos que rechaza visceralmente al pasado y quiere un ajuste de cuentas, pero que no cierra los ojos ante la forma desastrosa en la que gobierna el populismo. La respuesta que necesitan los partidos opositores vendrá si escuchan y entienden los anhelos y deseos de esos ciudadanos que, más que “indecisos”, son ambivalentes que sienten que hoy no tienen opciones que los representen en sus ganas de castigar al pasado sin destruir el futuro.