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Medio Ambiente

Esta parte del Amazonas prospera sin la intervención del hombre

En medio del estruendo de las trágicas historias de degradación medioambiental de la Amazonia, hay otras, más silenciosas pero no menos conmovedoras, que atestiguan el enorme poder de la naturaleza para prosperar cuando no se la toca. Es el caso del río Napo, que fluye por el norte del Parque Nacional Yasuní de Ecuador.

“Es un lugar donde todos los sentidos explotan. No sólo ves vida por todas partes, sino que oyes los cantos de los pájaros, las ranas, el viento; hueles el polen de las plantas, el suelo, la lluvia. Es sobrecogedor”, dice el biólogo, conservacionista y fotógrafo medioambiental Lucas Bustamante; “para cualquier enamorado de la naturaleza, es como ser un niño en una juguetería”.

Creado en 1979 en el noroeste de la Amazonia, el Parque Nacional Yasuní es la mayor zona de conservación de Ecuador. Protege 1,1 millones de hectáreas de selva amazónica, una superficie similar a la de Croacia. Es uno de los bosques con mayor biodiversidad del planeta, y el río Napo es la arteria que bombea vida a su corazón.

El río nace en las altas laderas de los Andes al este y marca la frontera norte del parque. Al final se une al Amazonas por el oeste, después de cruzar a Perú.

Bustamante es ecuatoriano y organiza expediciones para fotógrafos a Añangu, un pueblo junto al río Napo gestionado por familias indígenas kichwas. Hace 20 años, el grupo decidió dedicarse al ecoturismo en lugar de la tala y la caza como principal fuente de ingresos. El proyecto ha prosperado, al igual que la naturaleza.

“Los animales tardaron unos años en volver y el bosque en recuperarse”, dice Bustamante. “Ahora mismo, es como un pequeño paraíso, una isla de biodiversidad”.

Este espacio prístino era el lugar perfecto para el fotógrafo Thomas Peschak, que quería captar las profundas conexiones entre los animales del Amazonas y sus cursos de agua. Peschak, National Geographic Explorer, trabaja en un proyecto a largo plazo para documentar la selva desde el agua, su “telaraña acuática” de ríos gigantes con cientos de afluentes y miles de arroyos.

Él y Bustamante pasaron semanas en canoa remando por los arroyos que rodean el río Napo, en busca de especies endémicas como la nutria gigante de río. Estos mamíferos, en peligro de extinción, se cuentan entre los cinco principales depredadores del Amazonas y devoran dos kilos de pescado en un día. Su presencia es un claro indicador de la salud del ecosistema acuático.

“En toda la Amazonia estamos viendo cómo se deterioran las cosas, pero Napo se opone a la tendencia. Como no hay caza furtiva, tala ilegal ni minería, gran parte de la fauna del río está muy relajada con la gente”, dice Peschak.

Esa tranquilidad, a su vez, brinda a Peschak una oportunidad única de capturar y mostrar el comportamiento de muchos animales en libertad, como una mariposa que se bebe las lágrimas de los ojos de una tortuga de río, una nutria gigante que atrapa un pez y monos aulladores rojos que se alimentan de hojas sobre un arroyo.

Pero no todo es tan sencillo. En los días previos a la expedición de Peschak, las lluvias torrenciales crecieron en las cabeceras de los Andes. El nivel de las aguas del río Napo subió de forma espectacular, haciendo que sus arroyos se desbordaran y penetraran en la selva.

La crecida, aunque no era inusual para el río y su ecosistema, dificultó mucho la búsqueda de nutrias por parte de los exploradores. Los arroyos desbordados hacían que los animales nadaran lejos en el interior del bosque inundado, lejos de las principales vías fluviales. Así que Peschak y Bustamante pasaron siete días remando sin nutrias a la vista, hasta que el último día vieron a un grupo de ellas dándose un festín de peces.

“En este trabajo hay que ser paciente hasta la estupidez”, dice Peschak; “cuando cada hueso y cada célula cerebral de tu cuerpo te dice que te rindas, es cuando tienes que seguir adelante. La paciencia y la persistencia son recompensadas por la naturaleza”.

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