Tras haber permanecido oculta en las sombras, esta desaparecida rana ha comenzado a alumbrar un rayo de esperanza para los conservacionistas en Ecuador.
En 2022, el biólogo Juan Sánchez-Nivicela y su equipo atravesaron una densa vegetación en una expedición al bosque de Molleturo, en los Andes ecuatorianos. Por la noche, los investigadores se dedicaron a buscar especies nuevas de anfibios, raras y perdidas bajo el resplandor de la luna llena y con el volcán Sangay retumbando constantemente a kilómetros de distancia.
Por un momento, el ruido del volcán cesó brevemente y la luz de la luna iluminó el claro de un árbol caído en medio del bosque. Los científicos se acercaron y encontraron dos ranas diminutas que no pudieron identificar inmediatamente. El mes pasado, el equipo informó en Zoosystematics and Evolution de que las ranas pertenecen a la especie Pristimantis ruidus, conocida como Cutín Molleturo. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) había catalogado esta especie como “posiblemente extinta” porque ningún científico la había visto en libertad desde que el zoólogo George Tate la descubriera en 1922.
“Este redescubrimiento nos llena de esperanza”, afirma la bióloga María del Carmen Vizcaíno, directora de la Alianza Jambato, una coalición de más de 26 instituciones dedicadas a la conservación de anfibios en Ecuador. Vizcaíno, que no participó en el nuevo estudio, cree que P. ruidus podría convertirse en una “bandera de resistencia” en la lucha legal para proteger el sur de los Andes, el ecosistema más degradado de Ecuador debido a la minería y la tala ilegal.
En la década de 1970, el herpetólogo John D. Lynch buscó y describió varias especies del sur de Ecuador, pero nunca se encontró con un cutín de Molleturo. En su lugar, Lynch basó sus descripciones de la especie en los especímenes conservados de Tate, recolectados casi 50 años antes. En el laboratorio de Sánchez-Nivicela de la Universidad San Francisco de Quito, el equipo comparó las ranas salvajes que recogieron con el relato de Lynch.
Las dos ranas se mostraron tal como Lynch las había descrito y dibujado, con la piel áspera, muchas protuberancias y singulares crestas en forma de W en el dorso. Los tímpanos de algunas ranas sobresalen de la cabeza, pero no los de aquellas P. ruidus, ni tampoco los de las ranas salvajes. “Nos volvimos locos. Era perfecto. La descripción encajaba perfectamente”, dice Sánchez-Nivicela.
Los investigadores de la Universidad Técnica Particular de Loja también compararon el ADN de las dos hembras con el de otras 35 especies de Pristimantis conservadas en un banco genético. La huella genética de las ranas no coincidía con la de ninguna otra especie y confirmó el redescubrimiento. “No coincidía con nada porque nunca hubo material genético de este animal”, afirma Sánchez-Nivicela.
El redescubrimiento de P. ruidus es “una segunda oportunidad para conservar lo que potencialmente puede ser la única localidad donde se puede encontrar, no sólo en Ecuador sino en el mundo”, dice Diego Armijos Ojeda, herpetólogo de la Universidad Técnica Particular de Loja. Armijos Ojeda también formó parte de un grupo de la UICN que actualizó la evaluación de la Lista Roja de especies de anfibios de Ecuador en 2019, que mostró que 363 anfibios están amenazados, el 57% del total de especies del país.
Herpetólogos y activistas de Ecuador han aprovechado los redescubrimientos de anfibios para hacer frente a importantes amenazas a la biodiversidad del país. En 2019, por ejemplo, varias ONG conservacionistas y comunidades del norte de Ecuador hicieron de Atelopus longirostris (una especie de rana arlequín redescubierta después de 30 años) el símbolo de su batalla contra las concesiones mineras otorgadas por el Estado a la empresa chilena CODELCO y a la compañía minera nacional Enami EP.
Activistas y científicos advirtieron de que las explotaciones mineras del norte de Ecuador estaban violando los derechos de la naturaleza y contaminando los hábitats cercanos al lugar donde los investigadores encontraron A. longirostris. Los conservacionistas presentaron una demanda, argumentando que los estudios de impacto ambiental que aprobaban la entrada de las empresas mineras no tenían en cuenta la especie que habita en el valle de Intag, en el norte del país. Además, los estudios omitían proponer medidas para proteger especies amenazadas como A. longirostris. Tras casi cinco años de batallas legales contra las empresas mineras, a principios de este año un juez falló a favor de las comunidades y las ONG, revocando la licencia de explotación del proyecto minero Llurimagua.