Con Cuba sumida en una fuerte crisis económica y social de la que no logra salir, el presidente busca ser una figura cercana para los ciudadanos
El 25 de septiembre pasado, Miguel Díaz-Canel Bermúdez (Placetas, Cuba, 63 años) salía de Nueva York y aterrizaba a un mismo tiempo en las instalaciones del aeropuerto internacional José Martí y en el país con su crisis más grande desde 1959. Unas semanas después, descansado del viaje, se sentó en el set que parece ser su oficina de muebles de caoba en el Palacio de la Revolución junto a la periodista oficialista Arleen Rodríguez Derivet, en una entrevista pensada, ensayada, editada y transmitida al pueblo de Cuba en el horario de la noche.
Díaz-Canel, quien nació un año después del triunfo de la Revolución y celebró su primer cumpleaños al día siguiente de terminada la Invasión de Bahía de Cochinos, cuando Fidel Castro tenía 35 años y Raúl Castro 30, ahora luce distinto. En los cinco años transcurridos desde que asumiera la presidencia, su cabello se volvió completamente cano. Las facciones del rostro, que los maquillistas de la Televisión Cubana han querido disimular con bases y correctores, se notan envejecidas. Lleva unos zapatos carmelita estilo Oxford, pantalón oscuro y camisa azul cielo, a tono con el vestuario que le corresponde, nunca militar como dicta la tradición castrista, sino con camisas poco almidonadas, guayaberas claras, sombreros de paja o gorra.
Había quien pensaba que Díaz-Canel traía un as bajo la manga, que cambiaría el futuro de Cuba. Sus compañeros de escuela han contado en la prensa estatal que sintonizaba a los Beatles en un radio Philips, cuando la música en inglés estaba demonizada en el país por “razones ideológicas”. Existe una foto vieja, en blanco y negro, donde aparece con pulóver y jeans apretados, y con su entonces acostumbrado cabello largo hasta la nuca. A su lado, Fidel Castro de verde olivo. Eran los inicios de la década de los noventa, y el ingeniero eléctrico Miguel Díaz-Canel Bermúdez, de poco más de 30 años, descendiente de inmigrantes asturianos, hijo de un trabajador de una fábrica y una maestra de escuela, ascendía en los puestos de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). En 1994 se convirtió en primer secretario del Comité Provincial del Partido en la provincia de Villa Clara, y comenzó su paso firme hacia la política dura del país.
“Díaz Canel fue un gran líder aquí en la provincia”, dice Jacqueline, de 55 años, desde la ciudad de Santa Clara, donde el gobernante nació y desarrolló gran parte de su carrera de dirigente. “El pueblo lo admiraba mucho y también lo seguían. No admitía que ninguna empresa que produjera comida para el pueblo le robara al propio pueblo”.
Muchos lo recuerdan en bicicleta o apoyando los espectáculos del club local El Mejunje, un sitio de encuentro de la comunidad LGBTIQ que algunos dirigentes comunistas denigraban. Otros residentes de Villa Clara, sin embargo, lo detestan: “La historia se lo va a tragar por abusar del pueblo”, dice un cubano que pide permanecer en anonimato. “Y al final, ni siquiera él es responsable, es uno más dentro de esa camada”.
Más allá de las escasas fotos juntos, se conoce muy poco de la relación entre Díaz-Canel y Fidel Castro. El primero ha contado que una vez, haciendo uso de su influencia como cuadro del Partido en Santa Clara, abarrotó una plaza en pocas horas para que el segundo diera un discurso. Ahí le ganó cierta simpatía a Castro. Otra vez le preguntaron cómo había conocido a Fidel y dijo: “Desde que tengo memoria. Muchos años después fue mi jefe, pero desde que era un niño lo conozco y lo quiero”, escribió en X —antes Twitter— en 2021.
Con Raúl Castro, de 92 años, se dice que tenía una relación más cercana. Se conocieron en un acto en la Escuela de la Defensa de Villa Clara, cuando Díaz-Canel era secretario del Comité Provincial de la UJC. En 2003, Raúl lo hizo dirigente de la provincia de Holguín y promovió su candidatura al Buró Político del Partido Comunista. En 2009, puso en sus manos el Ministerio de Educación Superior. En 2013, se convirtió en su sucesor al ser nombrado primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Y en 2018, cuando Castro dejó la presidencia para permanecer en el cargo de secretario general del partido, se erigió como presidente de la República de Cuba, con 57 años. No es “un advenedizo ni un improvisado”, ha dicho el menor de los hermanos Castro sobre Díaz-Canel.
Ahora, en su oficina, al lado de un retrato sobre el librero en el que aparece cariñoso con su esposa, Lis Cuesta, hay una foto de Fidel, fallecido dos años antes de su ascenso a la presidencia, el momento exacto para que el líder de la Revolución Cubana muriera a los 90 años con la convicción de que nada, nunca, nadie que no fuera él o su familia ocuparía el trono de la isla.
Muchos cubanos se han preguntado con qué objetivo transmitieron la entrevista a Díaz-Canel ahora, y algunos responden que quieren “humanizarlo”, mostrar que un presidente es también una persona que se cansa, que comete errores, que los rectifica, que no vive a ciegas. Pero Díaz-Canel no necesita una entrevista para esto porque lo practica a diario. Es quizás, sin proponérselo, el hombre que más ha aportado a la industria del meme en el país. Lleva siempre consigo un tablet y se jacta de tener más de 760.000 seguidores en X.
“Creo que tengo más seguidores que nadie en Cuba, aunque no estoy seguro”, dijo en una reciente entrevista con el periódico The Nation. Cuando le preguntaron si prefería Oppenheimer o Barbie, dijo estar muy interesado en ver la cinta de Christopher Nolan y poco o nada en la de Greta Gerwig. “Me parece que Barbie es muy, muy liviana”, aseguró.
Díaz-Canel habla pausado, se ha declarado hincha del Barça y en 2021 obtuvo el título de doctor en Ciencias. Es, además, el autor de una frase que ha sido motivo de burla en Cuba: “La limonada es la base de todo”. La pronunció cuando en una ocasión pretendió dar alternativas públicamente a la crisis alimentaria en el país. Él también es el responsable de la palabra “coyuntura”, con la que llamó en 2019 a la crisis económica que empeora por día. También ha sido un presidente abucheado: lo echaron a gritos del municipio Regla, en La Habana, cuando fue a hacer acto de presencia tras el paso de un tornado. Le tiraron pomos plásticos de agua en San Antonio de Los Baños cuando llegó a aplacar las protestas masivas del 11 de julio de 2021, y pasará a la historia por haber puesto tras las rejas a más de 1.000 personas por manifestarse, y haberlos convertido, de la noche al día, en presos políticos.
¿Pero quién es realmente Díaz-Canel y qué peso tiene en la Cuba actual con Raúl Castro, ya sin cargos en el Partido Comunista, pero cuya sombra aún se extiende en toda la isla? El historiador y ensayista cubano Rafael Rojas sostiene que su visión del liderazgo de Díaz-Canel se aleja de la visión rígidamente subordinada o delegativa que muchos tienen. “Díaz Canel ocupa un nuevo cargo, la presidencia de la República, tal vez con más poderes institucionales que el antiguo presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Es también el secretario general del Partido, que tal vez no controle totalmente, como no controla ni parcialmente el ejército. Pero esa posición le asegura el mando supremo en la próxima sucesión presidencial, en 2028, cuando probablemente ya no esté Raúl. Después del 28, quedará como líder máximo del partido, por un tiempo, para controlar el traspaso en el poder ejecutivo. No es poco, a mi juicio”.
De lo que pueda disfrutar en privado como presidente se conoce muy poco, acaso algunas fotos durante una comida con amigos, bailando en un concierto privado, o sus traslados en el BMW blindado. De su vida familiar se conoce algo más. Tiene dos hijos cantantes de su matrimonio con Marta Villanueva, una estomatóloga de Villa Clara. También es abuelo. Lis Cuesta, la esposa de Díaz-Canel, no es un personaje misterioso como sí lo es hasta hoy Dalia Soto del Valle, la viuda de Fidel Castro. Cuesta, conocida por sus bolsos Hermés de 17.000 dólares, sus variados vestidos y su afición por la buena cocina, no es oficialmente la primera dama del país pero se comporta como si lo fuera. Graduada del Instituto de Ciencias Pedagógicas de Holguín, se define en redes sociales como coordinadora de eventos de cultura y turismo del Ministerio de Cultura, y como “abuela, revolucionaria y profesora”. Cuesta acompaña a Díaz-Canel en sus viajes alrededor del mundo. Desde noviembre de 2021, ha visitado cerca de 21 países con su esposo, a quien defiende constantemente en redes sociales y le profesa no poco cariño de manera pública.
“¡El que es lindo lo es! Y, además, por dentro y por fuera: el dictador de mi corazón”, dijo alguna vez en redes sociales sobre Díaz-Canel.
La última entrevista a Díaz-Canel, en su oficina de muebles de caoba, sucedió además luego de que los ministros cubanos de Economía y de Energía y Minas comparecieran en la Televisión Nacional para comunicar al pueblo que no es un sueño lo que están viviendo, y que efectivamente no hay combustible para transporte, ni para ver la telenovela, ni café para las mañanas, ni comida para las tardes. Ahora ha venido el presidente a justificar por qué el país ha terminado en esta “situación compleja”, por qué hay tanta inflación, por qué la llamada tarea ordenamiento que pretendía encaminar la economía cubana no ha resultado ser lo que se pensó, por qué acudieron a la bancarización, por qué no hay combustible, por qué hay tan bajos salarios y por qué la gente se está yendo en masa.
La periodista, en aras de lanzarle un ancla desde el inicio, le dice que no la ha tenido fácil en sus cinco años de mandato, donde se anota la caída del Boeing 737 de Cubana de Aviación, un accidente en el que fallecieron 112 personas; la pandemia de coronavirus, y por tanto, la afectación del turismo; un tornado que destrozó varios municipios de La Habana; la caída del hotel Saratoga, que dejó 46 muertos; la explosión en la base de Supertanqueros de Matanzas, donde se reportaron más de una decena de desaparecidos. Entonces, ¿cree el presidente que ha tenido mala suerte?
A la pregunta, Díaz-Canel responde que no se trata de la suerte. Se trata, a su juicio y como siempre, del embargo estadounidense y de la crisis en todo el mundo. Habla de otras cosas: de la necesidad de una “resistencia creativa”, de su política contra el racismo, hacia la mujer y contra la violencia de género. Usa la palabra “revolucionario” y parece que se le fuera a caer de la boca. Ya nadie en Cuba sabe lo que significa ser revolucionario. Normalmente, Díaz-Canel usa palabras o frases heredadas del castrismo como “cambiar lo que debe ser cambiado”, o convertir los “reveses en victorias”, y nadie entiende ya a qué exactamente se refiere. En las últimas elecciones parlamentarias en el mes de marzo, en las que el castrismo y no la gente reeligió a Díaz-Canel, el Gobierno se anotó el peor resultado electoral de su historia, con una abstención del 31,42%.
Rojas asegura que ha sido una constante en su liderazgo combinar “una discreta simpatía por la apertura económica con un discurso continuista en lo ideológico y conservador en lo cultural”. También considera que aunque probablemente haya un intento de su parte de agradar a los sectores reformistas e inmovilistas de la cúpula, “la consistencia que ha mostrado en esa línea, en los últimos cinco años, habla más bien de una elección racional, de la que no habría que esperar mayores desplazamientos aún después de la muerte de Raúl Castro”. El historiador cree que Díaz-Canel solo se movería de ese guión si su poder se ve amenazado.
El presidente cubano será recordado por muchas razones: se apunta el éxodo más grande de la historia de Cuba, el país más deprimido en más de 60 años y el peso de ser el heredero de los Castro. Mientras busca la fórmula para encaminar el rumbo de la isla y dice que seguirá apostando por el socialismo, se mantiene haciendo sus caminatas de cuatro o cinco kilómetros diarios, practica el nado o hace pesas los fines de semana para estar en forma.
En 2018, Raúl Castro llamó a Díaz-Canel “el único sobreviviente”. Ni los excancilleres Roberto Robaina o Felipe Pérez Roque, ni el ex vicepresidente Carlos Lage se habían quedado con el mando. Frente a la idea de algunos de que cambiaría el futuro de Cuba, el país está hoy colapsado. Lejos quedan los días en los que Raúl Castro se sentó a hablar con Barack Obama y le inyectó un respiro a la economía.