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Opinión

Enrique Vega-Dávila: De Rosas y de espinas. Adopción de símbolos y conservadurismo político (¿y religioso?) en Lima

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En otras de las muchas declaraciones del burgomaestre limeño, Rafael López, ha llamado la atención su “repudio” al cartel del XX Festival Internacional de Cine LGBT+ de Lima. Hay que añadir también el “repudio” de su bancada congresal a lo mismo. Y una carta notarial que solicita se retire la imagen. En este cartel aparece una adopción de la figura de Rosa de Lima con unos lentes 3D con colores rosa y celeste, aludiendo a la identidad trans*, y con una corona de rosas con los colores del arcoíris, símbolo también adoptado de la diversidad sexogenérica para expresar su dignidad y lucha.

Entre leyenda y probabilidad esos colores y su adopción por el mundo LGBTIQ+ estarían relacionados con una canción interpretada por quien fue un ícono en los años 60s para quienes fueron nombrados como “hombres de pantalones ajustados” por la revista Time. Judy Garland y Somewhere over the rainbow [En algún lugar sobre el arco iris] es otro ejemplo de adopción de un símbolo. Como lo son, en el caso del mundo LGBTIQ, Mónica Naranjo, Alaska & Dinarama o Sor Juana Inés.

Rosa de Lima, primera santa del continente, hija de su tiempo, es una figura icónica también. El arte religioso ha hecho muchas interpretaciones de ella. Los distintos lienzos en los que se le presenta iconográficamente proyectan escenas de su vida o alusiones al cielo o a sus milagros. Algunos de estos pueden verse en el Convento de Santo Domingo o en la Basílica Santuario que lleva su nombre, el de la avenida Tacna. Su figura sufriente en la pintura clásica de Carlo Dolci es otra de las representaciones más conocidas. Hay muchísimas más, si se busca tan solo en la plataforma Pinterest puede encontrarse muchas versiones de ella, incluso una en versión manga.

Entre estas muestras de representación de la santa se encuentra también la pieza del artista peruano Freddy Caballero, quien en su exposición Teología indecente -inspirada en la obra de la argentina Marcella Althaus-Reid- coloca también su propia lectura. Y es que no puede olvidarse jamás que el arte y sus manifestaciones son hechos sociales que se encuentran relacionados con el entorno de quien lo crea (Escobar, 2014). Ninguna de estas, ni las más sacras expuestas en altares ni las más profanas de los murales callejeros son de ninguna manera Rosa de Lima, son la interpretación del o la artista. Quejarse por una forma de adoptar su imagen no habla de la pieza artística, sino de la escala de valores de quien la realiza la crítica y también de la sociedad en la que nos encontramos.

Carlo Dolci. Santa Rosa de Lima. Palacio Pitti, Florencia, Italia

II

La teórica holandesa Mieke Bal propone la noción de “conceptos viajeros” (Bal 2016) para hablar de las políticas de la mirada. En su análisis de la visualidad insiste en cómo es que una idea concreta no se encierra dentro del marco inicial creado, sino que escapa. Y esto puede realizarse porque las miradas sobre una u otra pieza son distintas, dicen algo distinto, ofrecen algo distinto a cada persona. La interpretación está abierta y puede viajar de un espacio clásico hacia otro que, como se ve en el caso de la figura de Rosa de Lima, forma parte de los márgenes de la sociedad peruana.

Regresando al trabajo de Bal se puede afirmar cómo es que una sola mirada puede agotar la interpretación. No está de más recordar que lo canónico -no solo en el ámbito religioso- forma parte de las reglas impuestas por un grupo de personas que se han creído con la autoridad de afirmar qué es lo correcto o lo incorrecto, lo bello o lo feo, etc. En el mundo cristiano, esa canonicidad se encuentra relacionada con la ortodoxia, otra forma de normar en ese ámbito. El concepto puede viajar de una lectura canónica, establecida o extendida a otras formas distintas que son leídas desde otros cuerpos.

Fontcuberta, otro teórico del arte, recuerda que nos encontramos en una sociedad de la imagen, donde todas las personas las producimos y las consumimos. En ese sentido, la creatividad radicaría en la intencionalidad puesta y en el sentido de hacer de algo significativo (Fontcuberta 2017), por lo que cuestiona la idea de apropiación, colocada en el ámbito privado, para pasar a la idea de adopción, palabra mencionada ya varias veces en esta columna. Adoptar implica elegir, se trata de una toma política. Es una posición ética que no se agota en lo que se encuentra establecido por alguna suerte de canon, sino más bien, considera que hay una segunda, tercera, cuarta o quinta mirada. Y cada una de estas podría adoptar elementos para comunicar un mensaje a través de una imagen.

La figura de Rosa de Lima es, desde lo presentado líneas arriba, un concepto que ha viajado de la hegemonía heterosexualizante a la subalternidad de las disidencias sexogenéricas y que ha sido adoptada también por quienes -desde la mirada de los grupos conservadores- recibirían supuestas concesiones por parte del Estado.

Teología indecente, Freddy Caballero.

III

En las declaraciones de López: “Quiero aprovechar su presencia (de las y los periodistas) para mostrar mi repudio absoluto a cómo esta marcha del orgullo, que hemos aprobado para que circule por Lima, esté utilizando la imagen de Santa Rosa de Lima totalmente ridiculizada” (INFOBAE 2023). Pueden encontrarse dos situaciones concretas. La primera radica en considerar de modo negativo a las disidencias sexogenéricas; es decir, los colores adoptados por quienes somos de la diversidad sexogenérica hacen motivo de risa o escarnio a un personaje del que no sabemos si fue o no heterosexual.

Y, añade, que la marcha es una licencia que en el beneplácito del eminentísimo señor alcalde se nos ofrece a un grupo de personas que tolera, pero que, definitivamente, no respeta. Y sí, es cierto que hay una autorización necesaria por motivos de seguridad, pero esta marcha y otras marchas que vendrán se dan en el ejercicio de nuestra ciudadanía y no necesitamos permiso ni licencia para expresarnos.

En lo último mencionado radica otros de los problemas, ya no solo en el discurso del alcalde López, sino también en el refrito de su bancada congresal, que exige respeto a lo que se supondría un atentado a las buenas costumbres colocando este grupo los límites de la libertad de expresión a partir de lo que consideran como moral. Esto sitúa la libertad de expresión siendo regulada por los valores de quienes quieren con su agenda política controlar los cuerpos y las decisiones sobre nuestras identidades. No solo los suyos y de la gente de sus denominaciones cristianas -católicas al estilo Opus Dei de López y evangélicas como los de Medina, Muñante, Jáuregui-, sino de todo cuerpo en el país.

Encontrarnos en un país relativamente laico ha impedido que estos grupos regresen a considerar patológicas y penalizables nuestras identidades sexogenéricas en el espacio público. De allí que sea necesario reforzar desde todos los frentes posibles la laicidad, porque los fundamentalismos no solo atacan lo diferente, como lo están queriendo hacer ahora, exigiendo que se retire una imagen de una propaganda, sino que destruye todo el tejido social porque emplea su cosmovisión para legislar, para impartir justicia, para gobernar, para educar, para las políticas de salud…

La figura de Rosa de Lima ha sido la excusa para medir sus fuerzas y consolidarse ante un público como quienes son la reserva moral de un país decadente. Y si hemos llegado a estos niveles de descomposición del tejido social es justo por la mirada reducida de ese tipo de bancadas. Una situación como esta no solo enardecen los ánimos de quienes creen haber recibido una supuesta ofensa, sino que coloca en la narrativa social un enemigo a quien odiar. Y las diversidades sexogenéricas sí que somos odiadas en el Perú, al punto de que se nos niega el derecho a casarnos o a cambiar nuestras identidades en nuestros documentos. Esto sin mencionar el poco cuidado que reciben nuestras vidas cuando son atacadas.

Lo religioso es un tema sensible, ciertamente. Pero debe quedar claro que se encuentra en estos momentos instrumentalizado. ¿En serio le interesa a evangelicales el respeto a las imágenes de la religiosidad peruana? El odio por lo LGBTIQ+ es tan grande que se alían con banderas que en otros momentos serían impensables. Esta situación es un claro ejemplo de lo que Spadaro y Figueroa nombraron “ecumenismo del odio” (Spadaro y Figueroa 2017).

Este uso político de la religión pone en manifiesto las diferentes narrativas de disfraz o tecnologías de simulación (Baudrillard 1978) que presentan falsos conflictos para sostener su presencia en el espacio público y consolidándose ante sus adeptos. No existe un “uso distorsionado” de Santa Rosa de Lima como afirma la carta notarial enviada al representante legal del Outfest, lo que existe es un intento de censura que se disfraza de preocupación por la fe.

IV

La adopción de símbolos ha sido motivo de escándalo siempre. Y es bueno recordarlo. La cruz es un ejemplo. Un signo de tortura y muerte fue adoptado por los cristianismos para recordar lo que llamarían su salvación. Los curas católicos adoptaron la camisa clerical de los protestantes. Las personas de la diversidad sexogenérica adoptamos el arcoíris para representar nuestra lucha, incluso el triángulo rosado con el que se marcaba a la gente “quer” por los nazis ha sido adoptado y resignificado. Y ahora un cartel de un festival de cine adopta una imagen religiosa que dice mucho a tantas personas de la diversidad sexogenérica, porque en esas calles del centro de Lima hemos rogado -quizá a Rosa- que no nos asalten al salir de discos o de los muchos moteles que están por esas zonas, porque en esas mismas calles muchas compañeras trans* ejercen el trabajo sexual y seguro más de una se encomienda a la santa para conseguir lo necesario para sobrevivir. La figura de la santa limeña también nos acompaña.

Si alguien pensó que esto es una ridiculización o falta de respeto, como el alcalde López y Renovación Popular, es porque considera que las vidas LGBT+, nuestros colores, nuestras manifestaciones, nuestros deseos, nuestros cuerpos no valen. A esta gente habría que recordarle con la filósofa Judith Butler, que nuestros cuerpos valen (Butler 2002) y que no deja de sorprendernos aquella moral selectiva que se escandaliza por adoptar una imagen religiosa y no por los crímenes durante el gobierno de Boluarte.

Esta adopción de Rosa no vulnera derechos, como sí lo hacen las muchas espinas de quienes usan la religión para generar odio.

Fuente:

Revista Ideele N°310. Julio-Agosto 2023.

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