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Opinión

Laura Arroyo Gárate: Dialogo sin trampas

Empieza un día en el que seguro, cómo debe ser, pensaremos mucho en la unión y el diálogo en todos los espacios. Qué bien. Sin embargo, llevo días leyendo a muchos y muchas en redes sociales y, algunos con más exposición en columnas de opinión, hablando de la importancia del diálogo, la cordura y el sentido común como algo que debe imponerse en este contexto de crisis aguda peruana, desde una suerte de discurso vacío, apolítico y muchas veces arrogando culpas a una suerte de “extremos” que no existen.
Es impopular decirlo, pero la verdad a veces es impopular: ¿se puede dialogar si no se considera a todas las partes interlocutoras legítimas? No lo veo posible. ¿Cómo dialogas con aquel al que has llamado “terrorista”? ¿Cómo aquel llamado “terrorista” por el poder puede confiar en ese mismo poder para negociar nada? En la misma línea, ¿cómo dialogas con aquel que dices que no es un ser humano con ideas propia sino que es víctima de azuzadores? ¿Cómo se gestiona el diálogo desde la concepción de que hay peruanos y peruanas que no “piensan” sino que son “manipulados”? ¿Al calificarlos así no estás inmediatamente eliminando la posibilidad de diálogo? Claro que sí.
En muchos análisis sobre el escenario peruano leo esa constante equidistancia entre quienes reclaman y quienes reprimen desde una suerte de falacia de extremos opuestos. Resulta que quienes utilizan armas para reprimir protestas exigiendo demandas son “igual” de extremos que quienes exigen demandas. No sólo se trata de una visión antidemocrática, sino además de una perversidad preocupante. Si igualamos las violencias ejercidas desde el poder con quienes reaccionan contra el poder exigiendo una democratización del mismo, lo que se hace de facto es eliminar la legitimidad del discurso democrático. Es una forma de delimitar quiénes pueden hablar y quiénes no.
A quiénes se debe oír y a quiénes no. Y, en última instancia, a quiénes se puede silenciar (incluso matando) y a quiénes no. ¿Se puede dialogar desde esa equidistancia?
Hace días vivimos un escenario donde un Perú movilizado plantea diversas arengas. Pero la unión de todas ellas encierra un mismo objetivo: DEMOCRACIA. No existe un antagonismo de otro tipo. Guste más o menos se ha construido en el último año y medio un nuevo tipo de sujeto político que, con fuerza, está exigiendo que su participación limitada en la democracia fallida que vivimos en Perú deje de serlo. Y para ello utiliza todo lo que tiene que es, sólo, el poder popular. No son peruanos azuzados, remanentes terroristas o resentidos sociales como algunos quieren hacer ver. Son ciudadanos.
Punto. Ciudadanos y ciudadanas que tras el 2021 en el que desde las élites del poder no se aceptó nunca su voto ni su elección, decidieron denunciar la falacia de la democracia peruana. Son ciudadanos y ciudadanas exigiendo ya no solo votar -porque la última vez que lo hicieron tampoco se les respetó ese mínimo pacto democrático- sino participar plenamente. Exigen ser parte del país que es suyo. Exigen una democracia AMPLIA y REAL por encima de la democracia limitada y controlada solo por ciertos actores en la que todavía vivimos.
Cuando se reprime a la gente por exigir esa democracia, se evidencia que es la democracia lo que esta crisis. Esta democracia. SU democracia. Por eso, cuando me preguntan desde aquí fuera “¿por qué el Perú es ingobernable?” respondo refutando esa premisa. El Perú no es ingobernable. Es la “democracia” limitada o maniatada bajo el control exclusivo de las élites lo que lo hace ingobernable. Transitar de una democracia mínima a una democracia AMPLIA es la única salida y la más potente demanda allá afuera. El problema no es el país, es esa democracia fallida que desde el poder se empeñan en sostener sin cambiarle ni un punto ni una coma.
Esa es la disputa de este momento. Esa es la antagonía: democracia fallida o democracia plena. Democracia formal versus democracia real. Democracia de las élites o democracia de las mayorías. Por ello, cuando hoy nos hablen del diálogo y el sentido común como sintagmas vacíos toca poner en el centro de la discusión esta verdadera disputa. Claro que necesitamos dialogar. Y justamente para eso hay primero que nada reconocer que todos los actores son legítimos y no solo los actores del poder. Ese primer paso no lo ha dado el poder, por el contrario, ha elegido dispararle a ese otro actor que ha merecido siempre participar en el diálogo y la construcción de su país.
No hay diálogo posible sin ese mea culpa de las élites. Y, por tanto, tampoco habrá cese de represión sin esa convicción, ni fin del abuso sistemático desde los discursos y la institucionalidad del poder peruano. El primer paso es reconocer que quien rechaza esa democracia formal tiene todo el derecho de hacerlo y también razones para ello. La vía de empezar a solucionar nada es esa. Y justamente quienes abanderan hoy el discurso de la “paz”, el “diálogo” y el “sentido común” no hacen otra cosa que sostener todas las razones por las cuales nada de ello llega. La paz es PARA todos, el diálogo es CON todos y el sentido común se construye ENTRE todos. No caigas en la trampa del buenismo que suele ser el lobo disfrazado de diplomático.

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