Había una vez una presidenta que no podía pisar las calles del país que “gobernaba”. Para celebrar un carnaval debía hacerlo en el patio de Palacio de Gobierno. Para viajar por el territorio debía ir custodiada de pies a cabeza por sus escoltas y responsables de seguridad. Para dirigirse a la ciudadanía debía hacerlo resguardada en un televisor -plasma, de preferencia-. Para enunciar un discurso debía mentir. Para inaugurar cualquier iniciativa debía montar cuidadosamente la foto. Maquillaje y disfraz. Ilusión cosmética.
Eso ocurre cuando gracias a la acción sostenida de un país movilizado se logra convertir el sentir popular en sentido común. Del “denle una oportunidad” pese a los primeros 20 muertos en tan sólo unas semanas de gobierno, al “Boluarte debe renunciar” hubo una victoria concreta del Perú movilizado que con constancia y contundencia supo leer el momento político mejor que sus propios políticos y politólogos. Y, de pronto, la Presidenta en Palacio, ese al que llegó por la puerta de atrás para ocuparlo con quienes habían perdido las elecciones, se vio cada vez más y más acorralada. ¿Presidenta o presidiaria de su propia deslegitimidad?
Ni ella ni sus ministros, ni sus asesores, ni los congresistas pueden caminar el país que dicen representar. Mucho menos pueden gobernarlo. La deslegitimidad se hace carne en esos hechos. La deslegitimidad no es un concepto abstracto, es precisamente esto: la incapacidad de ejercer un rol al que te aferras por terquedad y supervivencia. Boluarte y su gobierno de coalición de poderes solo cuentan con dos elementos para sostenerse: la mentira y la fuerza.
Las fotos que aquí comparto vuelven a retratar a la presidenta presa de su deslegitimidad. Y esta es ya una victoria popular que ha de pasar de las fotos a la concreción de su renuncia. Para ello solo queda una receta: seguir y sumar hasta que por fin esta ficha del dominó, la primera de todas, caiga e inicie así el proceso de salida de toda la coalición de perdedores que gobierna hoy.
Boluarte no está fuerte, aunque te lo diga. Su gobierno no es estable, como algunos sostienen. Su tiempo en el poder no es auspicioso. Su situación tiene pronóstico reservado porque su poder se basa en los gatillos pero en nada más y, por lo mismo, es también precario. Su ingobernabilidad está comprobada.
Acorralada, débil y cada vez más sola, como la sala de la foto donde se ve que su presidencia como su fortaleza son tan solo una ilusión, la presidenta presidiaria está cada día más cerca de dejar de ser lo primero. Sabemos bien que su responsabilidad política la llevará ante la justicia más pronto que tarde y que quienes hoy cogobiernan con ella por encontrarla útil, le quitarán hasta el habla. En este cuento de hadas el final feliz es para el pueblo y no para las falsas princesas que por una corona quemaron las promesas que alguna vez hicieron.
La realidad siempre se abre camino.