El tema que tiene el Perú con las lluvias es más complejo de lo que parece, ya que necesitamos de esa agua para vivir. Las principales ciudades del Perú están en la costa, y la costa es un desierto gracias al agua fría de nuestro mar, por lo tanto, nuestras ciudades costeras, incluyendo la metrópoli Lima, dependen únicamente del agua de lluvia para sostenerse. Nuestra alimentación, industria y salubridad depende del agua de lluvia. Si le ponemos el condimento extra que en la costa de Perú solo llueve una vez al año, el tema se va poniendo aún más precario. Como ya lo adelanté, el mar peruano es frío, esto gracias a la muy conocida Corriente del Humboldt que nos trae agua, aire y nutrientes directamente desde la Antártida lo que hace de nuestra biodiversidad marina una de las más amplias de nuestro planeta.
Cada cierta cantidad de años, puede ser una o dos veces en una década, la Corriente del Humboldt se debilita dejando de empujar agua fría por las costas y permitiendo la entrada de aguas cálidas a nuestro mar por la costa norte, cambiando la dinámica oceánica y la atmosférica de manera importante. El ingreso de esta agua caliente nos trae dos efectos, la variación de la fauna marina y las lluvias. A esto se le llama el Fenómeno de El Niño, bautizado así por pescadores tumbesinos que notaron la llegada de peces de aguas cálidas justo cerca de la temporada de las navidades.
¿Cómo es que esa lluvia, que nos debería de traer alegría y bienestar, nos causa tanto daño por sus efectos? Podemos discutir mucho al respecto pero, al final, todo se sintetizaría en una sola respuesta: La falta de planificación.
El Fenómeno de El Niño afectó a los peruanos desde tiempos antiguos. La ciudad Sagrada de Caral (Cultura Caral, 3000 – 1800 a. C.) fue afectada por varios huaicos asociados al El Niño. La ciudadela la Chan-Chan (Cultura Chimú, 1000 – 1470 d. C.) fue seriamente dañada durante lluvias excepcionales solamente asociadas a El Niño. Las modernas ciudades de Tumbes, Sullana y Piura se han inundado por desborde de ríos y lluvias extremas por lo menos unas 5 veces desde 1910 hasta la fecha. Y todavía no aprendemos la lección.
El más reciente ejemplo de lo expuestos que estamos frente a las lluvias lo vivimos el 2017, en lo que un El Niño Costero (sólo se calentó las costas peruanas) generó 4 semanas de lluvias intensas que desbordó ríos, destruyó carreteras, colegios, centro de salud, detuvo la industria agroexportadoras del norte del Perú y nos recordó que pese a los celulares y computadoras, estamos inclusive menos preparados que los Chimú.
Al ser un evento más o menos recurrente en nuestras vidas, ya deberíamos de haber aprendido a afrontarlo y hasta sacarle ventaja, pero no lo hicimos y eso nos cuesta cada vez más caro. Ciudades como Piura, Sullana o Trujillo están construidas en los cauces de ríos que pueden permanecer décadas dormidos o al pie de quebradas de las que no se recuerda la última vez que estuvieron activas.
Las zonas vulnerables ya las conocemos, son las mismas de siempre: ríos que quebradas de la costa norte y centro se reactivarán y afectarán a más de una docena de ciudades
Para afrontar estas lluvias y sus consecuencias tenemos que seguir dos caminos, el primer camino es una planificación urbana implacable, en la cual las autoridades distritales no permitan la urbanización de zonas de riesgo. Estas zonas de riesgo están perfectamente identificadas tanto por informes de instituciones científicas como por terribles ejemplos. Esta acción puede ser tan simple como tomar una imagen de satélite de marzo del 2017, ver las zonas llenas de agua (por El Niño Costero) y declararlas inhabitables. Se tiene la ciencia y el marco legal, lo único que falta a la voluntad de los gobiernos distritales.
El segundo paso es la planificación urbana que tiene que estar en el contexto del cambio climático. Sería muy agradecido que para futuros planes de construcción o expansión urbana se incluya los drenajes en las calles y los techos en las viviendas, así el agua de lluvia no entra en las viviendas y puede discurrir a un colector, que normalmente debería de ser un río. Adicionalmente, se tienen que plantear nuestras ciudades con un enfoque en la persona, la construcción de parques, jardines y áreas arborizadas ayudan a disminuir la sensación térmica, la cual es generalmente muy alta durante una temporada de El Niño.
Finalmente, pero no menos importante, son muy pocas oportunidades en las que un desierto tiene exceso de agua dulce, y es algo que debería aprovecharse de sobremanera. Esa agua debería ir grandes represas para guardarla para la temporada de siembra y cosecha de las grandes empresas agroexportadoras, pero también a reservorios comunales para ser utilizado por pequeños agricultores y pobladores, y el agua que todavía sobre puede ir al subsuelo, para ser almacenada por décadas y ser extraída mediante pozos para el consumo de las ciudades. Para un país en donde las ciudades más pobladas están en un desierto, que el exceso de agua dulce se vaya al mar es un lujo que yo nos ponemos dar.
Al momento de escribir estas líneas, el área que tiene un calentamiento anómalo en el mar es de más de 2400km de la largo y va desde las Islas Galápagos en Ecuador hasta San Juan de Marcona en Nazca. La temperatura está en promedio 4.5ºC por encima de los normal lo que produjo que el Tumbes y Piura lloviera la cantidad de un año normal en 2 días, y van 5 semanas de lluvia. La comunidad científica ya alertó que existe más de 60% de probabilidad de que este aun pequeño El Niño Costero evolucione a un El Niño Global, es decir un calentamiento anómalo y sostenido de todo el Océano Pacífico Ecuatorial.
Con estos datos, podemos deducir que la temporada de lluvias del verano 2024 podría ser extremadamente intensa, tal como la de 1997 o 1998 por lo que tenemos muy pocos meses para prepararnos para volver a rescatar a los hermanos del norte. Las zonas vulnerables ya las conocemos, son las mismas de siempre: ríos que quebradas de la costa norte y centro se reactivarán y afectarán a más de una docena de ciudades.
Toca que el Estado (en todos sus niveles y colores) y que la población (también en todos sus niveles y colores) nos unamos para tomar acciones pequeñas pero efectivas: asegurar viviendas, establecer drenajes y hacer planes de acción cuando la emergencia llegue. El fenómeno ocurre siempre, depende de nosotros que se convierta en un desastre.
Revista Ideele N°309. Marzo – Abril 2023