No es una ideología, es una enfermedad, lo afirmo y reafirmo después de haber vivido las tres décadas de fujimorismo, desde los ’90 del siglo pasado, cuando se incubó, hasta hoy, donde se ve cómo día a día, o quinquenio a quinquenio ha ido ganando posiciones.
La degradación de la política, la destrucción de los valores nacionales, de la democracia y sus instituciones, la instalación de la televisión y la prensa basura y la pérdida del sentido de la política como servicio.
Muchos dirán que esta devaluación de todo, es un fenómeno mundial y sí, es mundial, pero en el Perú, lo implementó el fujimorismo.
La expresión concreta de la degradación de lo político, es el establecimiento del estilo fujimorista de hacer política, lo vemos en el Congreso, donde haciendo la salvedad de un par de individualidades, se desarrolla el juego más macabro e irresponsable con el país, por quienes detentan poder.
No hay ya diferencias ideológicas, ni siquiera programáticas (más que sus propios intereses) no tienen vergüenza política, ni personal, no les importa hacer el ridículo sosteniendo una postura un día y otra al día siguiente otra.
Es irrelevante, a estas alturas, hacer diferencias entre el partido tal o cual, todos los partidos del espectro de la derecha, son fujimoristas, sin excepción. Pero, también hay un fujimorismo a la izquierda (aquí es donde vale hacer algunas salvedades individuales) este fujimorismo a la izquierda, se encuentra en el Congreso y está al servicio del primero. Este fujimorismo a la izquierda, no lo es en el discurso, lo es en su práctica.
Nunca como hoy, nada de lo que ocurre en el Congreso, tiene que ver con alguna lógica, tendencia, reclamo social o demanda ciudadana. Nada. La agenda parlamentaria y los consecuentes “debates”, son el resultado de la propia dinámica de los congresistas y sus intereses particulares.
Pero, el fujimorismo, no solo se expresa en el Congreso, lo hace también en el Ejecutivo, en pared con los órganos del sistema de justicia, la Contraloría, el Ministerio Público y no se detiene, su objetivo es copar todo el Estado, para disfrutar de un largo período de impunidad y contubernio.
Cuando a fines del siglo pasado la ciudadanía recuperó la democracia, creíamos que el Perú reconquistaría los espacios perdidos de la razón, la reflexión, el debate alturado y la democracia, pero, ante el vacío de ideas, el fujimorismo se aferró con uñas y dientes y se ha consolidado como sentido común.
Cómo detectar a quien padece del mal del fujimorismo: identifique a quien ha perdido la vergüenza y la dignidad y saca provecho personal al máximo de cuanta oportunidad se le presente, sin ningún compromiso con el país, con la democracia, con el futuro de las nuevas generaciones, por último, al que no le interesa el qué dirán, un sinvergüenza descomunal.
He ahí la esencia del fujimorismo.
El Perú, está enfermo de fujimorismo, hay que sanarlo.