A medida que envejecemos, nuestro tejido óseo se va deteriorando y pierde calidad.
En las mujeres, esa pérdida de calidad del hueso se hace muy evidente tras la menopausia, porque descienden los estrógenos, unas hormonas sexuales que tienen un efecto protector sobre el esqueleto.
Pero, a pesar de que los hombres no experimentan una pérdida brusca de las hormonas sexuales, sufren muchas más fracturas óseas por osteoporosis de las que imaginamos.
La osteoporosis se caracteriza por una disminución de la masa ósea y por el deterioro de la microarquitectura y la calidad del hueso.
Estos cambios aumentan la fragilidad ósea y se traducen en un mayor riesgo de sufrir fracturas, especialmente en algunas zonas concretas de nuestro esqueleto como la cadera, la columna vertebral y la muñeca.
Se calcula que la enfermedad causa más de 9 millones de fracturas al año en el mundo, pero los afectados son muchos más, en torno a 200 millones.
Las personas afectadas pasan inadvertidas porque a menudo es una enfermedad silenciosa, asintomática, que hace que nuestro esqueleto se deteriore sin dar señales de alarma hasta que aparece la primera fractura.
Pero ¿por qué perdemos masa ósea?
A lo largo de la vida, nuestro esqueleto sufre ciclos de recambio óseo o remodelado en los que el tejido óseo “viejo” o dañado se degrada y es sustituido por hueso nuevo, capaz de resistir todos los retos a los que sometemos a nuestro esqueleto a diario.
El problema es que, con los años, este proceso de sustitución del tejido viejo se vuelve deficitario, y las células encargadas de formar hueso no son capaces de compensar la pérdida de hueso eliminado.
Los cambios hormonales que ocurren durante la vejez aumentan la fragilidad ósea y aumentan el riesgo de que se produzcan fracturas en caderas, columna o muñecas.
Como consecuencia, el balance óseo empieza a ser negativo. Y vamos perdiendo cantidad y calidad de tejido óseo como parte de un proceso natural e inherente al envejecimiento.