Capítulo 6: El Regreso a Quito
Tras su estancia en el Cuzco, Atahualpa se siente profundamente desconectado del imperio que su padre dejó en manos de Huáscar. La visita a la capital del Sol fue reveladora: la corte del Cuzco, llena de lujo y sofisticación, era una fachada vacía frente a un futuro incierto. Huáscar, el hijo legítimo, aunque dotado de nobleza, carecía de la experiencia guerrera que el imperio necesitaba. Atahualpa observó la fragilidad del Cuzco, su hermosura eraconde la debilidad, y vio en su hermano mayor la falta de voluntad de asumir la responsabilidad de gobernar un imperio tan vasto y lleno de desafíos. La ausencia de batallas, el lujo inmerecido de la corte, y la falta de contacto con los pueblos del imperio lo convencieron: el reino de Huáscar estaba destinado al fracaso.
Con la certeza de que los pueblos conquistados pronto se rebelarían, Atahualpa se decidió a regresar a Quito, sabiendo que, en el momento en que su padre falleciera, se abriría una brecha de poder que sería imposible llenar sin un líder con la visión y la fuerza para mantener el imperio unido.
En su regreso a las tierras altas de Quito, Atahualpa reflexionaba sobre lo que había presenciado. La oportunidad se acercaba, y con ella, su determinación de reclamar el trono. Pero en el camino, mientras atravesaba las montañas y avanzaba rápidamente hacia su hogar, los chasquis, mensajeros rápidos que viajaban por todo el imperio, le trajeron una noticia inesperada: su padre, Huayna Cápac, había muerto.
Sin embargo, Atahualpa no detuvo su marcha. En lugar de regresar al Cuzco para participar en los rituales funerarios o para disputarse el liderazgo con su hermano Huáscar, sintió que su lugar ya no estaba allí. En su corazón, sabía que la lucha por el poder estaba próxima y, con la muerte de su padre, la guerra por el control del imperio Inca comenzaba. Atahualpa aceleró su marcha con determinación. Los pueblos del norte, a los cuales él había conocido bien durante sus conquistas, lo seguirían; él estaba preparado para tomar las riendas del poder y forjar su propio destino.
Capitulo 7: La ascensión de Huáscar
El Cusco, la capital del Tahuantinsuyo, estaba envuelta en un aire solemne. La noticia de la muerte de Huayna Cápac había recorrido los caminos del imperio como un viento gélido. Los chasquis, mensajeros incansables, llevaban la noticia de las altas montañas del norte hasta los valles más lejanos. Los pueblos lamentaban la partida del Sapa Inca, un líder que había expandido las fronteras del imperio y llevado al Tahuantinsuyo a su apogeo.
En el corazón de la capital, en el imponente Coricancha, se preparaba la ceremonia de sucesión. Los nobles, sacerdotes y altos funcionarios del imperio se reunieron para proclamar a Huáscar como el nuevo Inca. Según la tradición, era el hijo legítimo de la Coya, la esposa principal de Huayna Cápac, y el heredero directo del trono.
Huáscar, vestido con las finas túnicas tejidas de cumbi y con la mascaipacha, el símbolo del poder imperial, parecía imponente. Sin embargo, su rostro reflejaba una mezcla de orgullo y preocupación. Sabía que la tarea que tenía por delante no sería sencilla. Su padre había dejado un legado glorioso, pero también un imperio que comenzaba a mostrar fisuras. Las tensiones internas entre los nobles del Cusco y los líderes de las regiones conquistadas eran cada vez más evidentes.
Durante la ceremonia, los sacerdotes entonaron cánticos en quechua, pidiendo a Inti, el dios Sol, que iluminara el camino del nuevo Inca. La ciudad estaba llena de ofrendas y festejos, pero en medio de la celebración, se alzaban murmullos. Algunos cuestionaban si Huáscar era el líder adecuado para enfrentar los desafíos del momento. Aunque tenía el linaje real, carecía de la experiencia militar y el carisma que había caracterizado a su hermano Atahualpa, el brillante general que se encontraba en el norte, consolidando las fronteras del imperio.
Los días siguientes a la proclamación de Huáscar estuvieron marcados por reuniones y decisiones. El nuevo Inca debía ganarse el respeto de los nobles y asegurar la lealtad de las provincias. Sin embargo, su liderazgo inicial dejó entrever señales de inseguridad. En lugar de forjar alianzas, comenzó a desconfiar de aquellos que lo rodeaban, especialmente de los que consideraban a Atahualpa una alternativa más fuerte y carismática para el trono.
Mientras tanto, en el norte, Atahualpa recibía la noticia de la muerte de su padre y la ascensión de su hermano. No estaba sorprendido por la decisión, pero en su interior ardía una mezcla de emociones. Reconocía la legitimidad de Huáscar, pero no podía ignorar las debilidades que percibía en su hermano. A medida que su ejército se fortalecía y los pueblos del norte se integraban al imperio, Atahualpa comenzaba a cuestionar si el destino del Tahuantinsuyo estaba realmente seguro en manos de Huáscar.
En el Cusco, Huáscar trataba de afirmarse en el poder, rodeado de consejeros y nobles que buscaban influir en sus decisiones. Las tensiones internas crecían, y los rumores de que Atahualpa estaba reuniendo fuerzas en el norte comenzaron a inquietar a la corte. Huáscar, en un intento por consolidar su autoridad, ordenó medidas drásticas contra quienes consideraba opositores, sembrando aún más discordia.
Capitulo 8: Declaración de guerra
El aire del Cusco era tenso, como si las mismas montañas que rodeaban la ciudad presagiaran el conflicto inminente. Los rumores de la creciente influencia de Atahualpa en el norte habían llegado a la corte de Huáscar. Los mensajes de los chasquis hablaban de un ejército en expansión, de pueblos que juraban lealtad a Atahualpa, no solo por miedo, sino por admiración. Los generales leales a Huáscar lo advertían: su hermano no solo era un líder militar formidable, sino también un estratega con carisma que unía a los pueblos bajo su mando.
En el Salón de los Escudos del Coricancha, Huáscar reunía a su consejo de guerra. Su rostro, habitualmente sereno, mostraba signos de ira y ansiedad.
—¡No podemos permitir que Atahualpa siga ganando poder en el norte! —declaró, golpeando el suelo con el cetro real—. Ha desafiado mi autoridad como Sapa Inca. Si no actuamos ahora, su ambición dividirá el Tahuantinsuyo.
Algunos nobles intentaron calmarlo. —Inca, tu hermano todavía no ha proclamado abiertamente una rebelión —argumentó un consejero—. Podríamos enviar embajadores para negociar, mostrar nuestra fuerza sin llegar a un enfrentamiento.
Pero Huáscar no estaba dispuesto a escuchar. Para él, la simple existencia de Atahualpa como una figura poderosa era una amenaza a su legitimidad. Decidió actuar con firmeza.
—No habrá negociaciones —sentenció Huáscar—. Ordeno que Atahualpa sea capturado y traído al Cusco. Aquí recibirá el castigo que merece por su desafío.
La decisión causó conmoción entre los presentes. Algunos generales, leales a Huáscar por tradición más que por convicción, comenzaron a planificar la campaña. Otros, en silencio, dudaban de la sabiduría de confrontar a Atahualpa, un guerrero probado con el respaldo de un ejército disciplinado.
En el norte, Atahualpa, ajeno a los movimientos en el Cusco, fortalecía su posición. Había convertido la región en un bastión, asegurando alianzas con los curacas locales y consolidando su ejército. Cuando los primeros chasquis llegaron con la noticia de la declaración de guerra de Huáscar, Atahualpa no mostró sorpresa. En su interior, había anticipado este desenlace.
—Mi hermano ha cometido un error —dijo, con una mezcla de tristeza y determinación—. En lugar de unir al Tahuantinsuyo, está sembrando la división.
Sin embargo, Atahualpa sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. Convocó a sus generales más cercanos, entre ellos Quisquis y Chalcuchímac, guerreros experimentados y leales, para trazar su estrategia. Decidió no esperar a que las tropas de Huáscar llegaran al norte. En lugar de eso, preparó su ejército para marchar hacia el sur, decidido a enfrentar a su hermano en el campo de batalla y demostrar que era él, y no Huáscar, quien tenía la capacidad de liderar el imperio.
Capítulo 9: La lealtad dividida
En las altas salas del Cusco, los generales del ejército de Huáscar se preparaban para cumplir las órdenes del Sapa Inca. La orden era clara: marchar hacia el norte y someter a Atahualpa. Sin embargo, en las sombras de las reuniones militares, el respeto y la admiración hacia el medio hermano que ahora enfrentaban se hacía evidente.
La filosofía militar inca, forjada a lo largo de décadas de conquistas, dictaba que el verdadero líder era aquel que demostraba valentía y astucia en el campo de batalla. Entre los generales más experimentados, la figura de Atahualpa se erguía como un ejemplo de lo que significaba ser un comandante. Había luchado junto a sus hombres, liderando personalmente las campañas hacia los territorios del norte, extendiendo el Tahuantinsuyo hasta los confines de lo que hoy conocemos como Colombia. Este liderazgo práctico contrastaba con la experiencia limitada de Huáscar, quien había pasado la mayor parte de su vida en la corte del Cusco.
Uno de los generales más veteranos, Hualpa Rimachi, expresó en privado sus dudas a sus compañeros de armas:
—¿Cómo enfrentaremos a un hombre que no solo es nuestro hermano por sangre, sino también un líder probado? Atahualpa no es solo un guerrero; es un estratega. Nuestros hombres lo admiran, aunque sus corazones estén comprometidos con Huáscar.
Otro general, Tupac Yupanqui, asintió.
—Es cierto, pero nuestra lealtad no está en discusión. Sirvamos a Huáscar, pero no olvidemos que el pueblo respeta a los líderes que han ganado su lugar con esfuerzo, no solo por herencia.
Mientras tanto, Atahualpa, en su bastión de Quito, meditaba sobre el desafío que enfrentaba. Sabía que muchos de los hombres que marchaban bajo el estandarte de Huáscar lo respetaban en silencio. Para él, esto no solo era una ventaja táctica, sino también una carga emocional. La filosofía inca de liderazgo era clara: el poder no se heredaba, se demostraba.
En un consejo militar, Quisquis, uno de los generales más cercanos a Atahualpa, le expresó su visión de la situación:
—Inca, muchos de los que vienen a enfrentarnos no lo hacen por odio, sino por lealtad a una institución. Si les damos la oportunidad, algunos podrían unirse a nuestra causa.
Atahualpa, reflexivo, respondió:
—No los culpo. Cumplen su deber. Pero también sé que la verdadera lealtad surge del respeto y no del miedo. En el campo de batalla, demostraré que no soy solo un guerrero, sino el líder que nuestro pueblo necesita.
Capítulo 10: Fin del equilibrio
El encuentro entre los ejércitos de Atahualpa y Huáscar no tardó en materializarse. Las tensiones que habían estado hirviendo a fuego lento entre las dos facciones finalmente estallaron en un enfrentamiento en los campos cercanos a la ciudad de Andamarca, un lugar estratégico entre el norte y el Cusco. Aunque el ejército de Huáscar era numeroso, estaba compuesto en gran parte por soldados sin la experiencia que caracterizaba a los veteranos que marchaban bajo el estandarte de Atahualpa.
Atahualpa, montado en un trono portátil, observaba el movimiento de las tropas desde un punto elevado. A su lado, los generales Quisquis y Rumiñahui discutían las tácticas finales.
—Los espías nos han confirmado la ubicación exacta de Huáscar—informó Quisquis con firmeza—. Está protegido por un destacamento pequeño, confiado en su superioridad numérica. Si actuamos con rapidez, podemos capturarlo antes de que sus generales tengan tiempo de reaccionar.
Atahualpa, tras un momento de reflexión, asintió.
—El objetivo no es solo la victoria, sino el control total. Que nuestros hombres recuerden: no buscamos un baño de sangre innecesario. Huáscar será tratado como corresponde a su linaje, pero el imperio necesita un líder fuerte y capaz.
El ataque fue fulminante. Mientras las tropas principales mantenían a raya al ejército de Huáscar, un grupo de élite liderado por Rumiñahui avanzó silenciosamente hacia el campamento central. Con una precisión impecable, neutralizaron la resistencia y capturaron a Huáscar antes de que pudiera organizar una defensa efectiva.
Cuando la noticia de la captura de Huáscar llegó a las líneas del frente, los generales que aún lideraban su ejército quedaron desconcertados. La filosofía inca de respeto hacia el líder victorioso se manifestó rápidamente: la mayoría de ellos, admirando la habilidad estratégica y la autoridad de Atahualpa, optaron por rendirse y jurar lealtad al nuevo poder. Algunos intentaron resistirse, pero fueron rápidamente neutralizados.
Huáscar fue llevado ante Atahualpa, quien lo recibió con una mezcla de solemnidad y frialdad.
—Hermano, no te has enfrentado a mí, sino al destino del imperio—le dijo Atahualpa, mirando fijamente a los ojos de su rival.
—Eres un usurpador—respondió Huáscar con amargura—. Nuestro padre designó al Sapa Inca legítimo, y ese soy yo.
Atahualpa, sin inmutarse, replicó:
—Nuestro padre también entendió que el imperio no puede sobrevivir sin un líder probado en el campo de batalla. No he venido a destruirte, sino a preservar lo que hemos construido juntos como hijos de un mismo linaje.
Continuará…….